1 Corintios 6:20
Porque habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo. (15) ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo!
Dios nos compró y le pertenecemos a Él. Pero Él nos deja en libertad. En cuanto a Su legítimo derecho y en cuanto a la redención, le pertenecemos a Él, pero Él no nos obliga a hacer nada. Si deseamos servir a las riquezas [el dinero], Él nos deja, y si queremos servir al mundo, Él no nos detiene. Dios no se mueve; Él espera hasta que un día le digamos: «Dios, soy Tu esclavo, no sólo porque me compraste, sino porque voluntariamente quiero serlo».
Por lo tanto, nadie puede ser siervo de Dios sin darse cuenta. Tenemos que consagrarnos a Dios antes de poder ser Sus siervos. Esta consagración debe ser nuestra decisión personal. Dios no nos obliga. Él desea que nosotros nos consagremos libremente a Él.
Cuando fuimos salvos, tuvimos el deseo espontáneo de consagrarnos. La vida que recibimos nos presiona para que nos consagremos. Toda persona que ha sido salva tiene el sentir de que debe vivir para el Señor, aunque en realidad no tiene la fuerza para hacerlo. Muchos asuntos le enredan y le impiden vivir para el Señor. Pero damos gracias a Dios por habernos dado a Cristo para que pudiéramos consagrarnos a Él. Cuando estábamos muertos en pecado, no podíamos consagrarnos a Él. Si continuamos viviendo en pecado después de ser salvos, todavía no podremos consagrarnos a Él. Pero ahora que Cristo ha venido a ser nuestra vida y nuestra santidad, podemos consagrarnos voluntariamente a Dios.